“Al fin y al cabo cada quien es como es su tierra y su aire,
cada quien es como el cielo es bajo o alto,
el aire pesado o claro, y cada quien es según haya viento o no ahí.
es eso que los hace y lo mismo las artes que ellos hacen
y el trabajo que hacen y la manera en que comen
y la manera en que beben
y la manera en que aprenden y todo”.
Gertrude Stein
Uno
A las escritoras y escritores bajacalifornianos, al igual que sonorenses y sinaloenses, nos une la circunstancia de ser o haber sido ignorados por las empresas editoriales y los críticos del centralismo; no es un lamento, es una realidad. Sin embargo, a la mayoría de los escritores del noroeste poco nos importa lo que se piense de nosotros desde la metrópoli, de lo contrario estaríamos escribiendo como defeños o, pero aun, escribiríamos como lo hacen algunos provincianos que ansían ser aceptados en las huestes del centralismo. Lo que sí es claro, históricamente, es que al deefe poco le ha importado lo que se escribe en provincia, a lo que ellos llaman escritores del interior, término muy afortunado, pues desde ahí escribimos, del interior y desde el interior de uno mismo.
Este desdén centralista es la razón por la cual la mayoría de las antologías literarias mexicanas incluye un noventa por ciento de antologados que residen, principalmente, en el deefe, lo cual muestra esa visión parcial de la escritura ignorando lo que se produce en el resto de la república, haciendo caso omiso a la realidad de que la nación está constituida, finalmente, por la suma total de todas las regiones que dan vida al país. Cada región posee un modo de vivir el mundo y una forma especial de mirar el universo, por lo tanto, tiene su manera particular de utilizar el lenguaje, porque no olvidemos que la palabra es carne, la palabra es una forma de vida.
Ora bien, el lenguaje del noroeste no es una pose, moda o artificio, a menos que citemos casos de escritores como Pérez Reverte con su libro La reina del sur, pésima novela escrita con lenguaje pseudonorteño.
Afortunadamente existen escritores como Elmer Mendoza en Sinaloa, Jorge Ochoa o el Paco Luna en Hermosillo, Tomás Di Bella en Mexicali, Raúl Antonio Cota en La Paz, Rafa Saavedra o el Crosthwaite en Tijuana, escritores que retoman el lenguaje nortense con sus regionalismos, localismos, giros y neologismos, o como los quieran llamar los académicos del lenguaje, y que utilizan para edificar sus historias, para expresar sus visiones del mundo y construir sus ciudades, nuestras ciudades, que en nada se parecen a las del centro o el sur de nuestro país.
Por otro lado, hay algunos escritores que afirman que el lenguaje debe ser universal, que debe ser comprensible en todos los rincones del mundo, que el lenguaje debe ser neutral, incorruptible e impoluto, que el lenguaje blablablá... Entonces uno se pregunta: Acaso no utilizaron regionalismos, localismos, neologismos Rulfo, Cortázar, Vallejo, Borges, Huidobro, Girondo o Abigael Bohórquez? Acaso eso le resta valor a sus novelas, cuentos y poemarios?
Dos
La literatura no sirve para nada, así me dijo un tío, contador público, cuando le conté que quería estudiar literatura, allá a finales de los años sesenta. Creo que ese tipo de pensamiento no ha cambiado mucho. Sin embargo, en la necia, entré a estudiar literatura y descubrí con la lectura, a través del tiempo, que los pueblos y las ciudades también se construyen con las palabras, con literatura. Los pueblos y ciudades son los escenarios de los corazones, los laberintos del pensamiento, el esteish donde hombres y mujeres son tramas y argumentos de la vida cotidiana, los caminos trazados por experiencia de todos los días y todas las noches, donde el sol y la luna son las luces del escenario donde los habitantes se abrazan o se codean, donde se ignoran o se enredan, se aman o se agarran a chingazos.
Y así descubrimos que París también fue construida por Balzac y Proust; Grecia por Homero; Winnesburg, Ohio, por Sherwood Anderson; Delicias por Jesús Gardea; Dublín por Dylan Thomas; Spoon River por Edgar Lee Masters; el deefe por Carlos Fuentes; Buenos Aires por Borges; Comala por Rulfo; Santa Maria por Juan Carlos Onetti; Macondo por García Márquez y las Ciudades Invisibles por Italo Calvino.
Tijuana no es la excepción; esta ciudad se ha edificado parcialmente con palabrerías del Departamento de Turismo, la nota policiaca, las canciones de los Tigres del Norte, las películas de los hermanos Almada, las historias de terror de los migrantes, los clichés de Manu Chao, los medios masivos de información o el último número de la revista Letras Libres; Tijuana también se ha edificado con los pensares y sentires de los migrantes, con los sueños y los deseos de sus habitantes, pero también con la novela Los motivos de Caín de José Revueltas, algunos poemas del Profe Vizcaíno, algunos cuentos de Rosina Conde, algunos poemarios de Pancho Morales y José Javier Villarreal, y casi toda la obra narrativa y croniquera del Crosthwaite y el Rafa Saavedra, al igual que muchos textos que se escriben desde los márgenes de la oficialidad en revistas efímeras, editoriales momentáneas, hojas sueltas, o desde las trincheras de los imeils y las páginas de blogueros y blogueras cotidianas.
Lo importante es escribir, pero aun más, escribir bien, nadando en el lenguaje de tu realidad, el lenguaje de donde estás viviendo.
Tres
Muchas de las veces no es tan necesario tratar de interpretar a la literatura a través de intrincados recursos como hipertextualidad, desavenencias de los galicismos, perspectivas prosódico/discursivas y otros laberintos mentales.
Silenciosamente, la geografía, el clima, las montañas, el mar, el desierto, la fauna y la flora impregnan los lenguajes regionales, al igual que lo hace la vida cotidiana, los movimientos sociales y la historia, y si cada región posee sus particularidades, entonces el lenguaje nace, o se adapta, a las necesidades de nombrar adánicamente esa realidad.
Lo importante es apasionarse en la lectura, lo necesario es entregarse amorosamente a la escritura; de esta manera podemos sentir cuándo una literatura nace del desierto y cuándo de la selva, cuándo de una zona caliente o una fría, o de la inmensidad del campo o la asfixiante urbanidad, cuándo nace de un barrio y cuándo de una zona residencial, cuándo nace desde la indigencia y la locura urbana o desde la seguridad laboral de un cubículo institucional, cuándo una literatura tiene respiración artificial y cuándo palpita con la realidad del corazón.
Cuatro
Y así, pues, termino diciendo que la literatura nace de una región del corazón, se alimenta del lenguaje cotidiano y crece con la lectura de otras literaturas, es decir, los temas son universales pero los lenguajes son regionales.
*texto leído en el II I Festival de Literatura del Noroeste, celebrado en Tijuana.
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