EL PLUMA BLANCA
Un infierno. Eso es. Especialmente en verano cuando ya están ocupados los lugares frente al cooler y te mueres de calor y sudas y la ropa se te pega y pides otra cerveza bien helada (porque eso sí, en el Pluma Blanca siempre hay cervezas bien heladas) y sientes que Andrés no te escucha y sientes que Andrés les sirve a todos menos a ti. Un infierno, eso es. Cuando es viernes (o sábado), llegas temprano para agarrar lugar frente a la barra y te encuentras que ya toda está ocupada y no te queda más que ese rincón donde se sientan sólo los que nunca salen de aquí, los que agachados sostienen su vaso con tristeza (o algo así como tristeza) y siempre te confunden con un sobrino suyo de Cananea. El Pluma Blanca es un infierno, sí, pero cómo te diviertes cuando la cosa mejora. Cómo te gusta cuando la cerveza (bien helada, sí) llega a tus manos. Cómo te gusta que siempre te encuentras a alguien conocido. Cómo te gusta que así apretado, acalorado, con los baños más feos de la ciudad y el piso más sucio del mundo (aunque hay quien dice que hay peores) siempre haya una morrita sonriente, una morrita que te diga “sí, vamos a poner unas rolas”; la rocola es la técnica de conquista infalible en el Pluma Blanca, aunque picharse una cerveza (muy helada, sí señor) funciona bastante bien. Cómo te gusta cuando después de veinte, cuarenta o sesenta minutos después (si te va bien) la rocola finalmente pone tus tres rolas que pediste por diez pesitos y la morrita, cerca o lejos de ti te dice: “mira, la canción que pusimos nosotros”. Qué suave el nosotros en el Pluma Blanca. Y entonces todo es música, todo es risas, todo es pedir una más, de la rubia o de la oscura. Y entonces la rocola ya pasó de Maná directamente a The Smiths y tú ya ni te malvibras. Y entonces el Andrés ya te da la cerveza (helada, helada) en cuanto la pides. Y te sientes a gusto. Bien a gusto. El Pluma Blanca tiene eso. Un infierno alegre, eso es.
*El bar Pluma Blanca está ubicado en Hermosillo, Sonora.
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