January 04, 2006

medios


La silla eléctrica

Algo huele mal en el refri de las haciendas mediáticas. La verdulería ya no tiene ese frescor, ya no causa tanto asombro ni fijación en el gusto popular. Ni siquiera risas de complicidad o una patina que incite al morbo. Queda la sensación de que algo falló, tal vez la electricidad o un mejor control de temperatura. Pero ni duda cabe, que algo anda mal.
Al grano, los programas de crítica sobre el mundo del espectáculo tienen años en la fila de muerte. Forman parte de la Familia Telebasurín (junto con los talk shows, los reality shows) y, en general, son mal considerados por intelectuales y estudiosos de los medios (aunque algunos confiesan verlos con gusto, como García Márquez); son denostados por los mismos personajes que salen en ellos y, recientemente, cuestionados por una audiencia cautiva desde los inicios (aunque nada sumisa).

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Si tomamos en cuenta que, Ventaneando (TV Azteca, 1996) se jacta de haber logrado “unir a un equipo dinámico, profesional y muy divertido que comenta sobre el mundo del espectáculo con inteligencia, audacia y mucho sentido del humor”, no podemos negar que, en su momento, significó un parteaguas dentro de un formato anquilosado por años (los programas sobre el mundo del espectáculo, pues). Sin embargo, podemos señalar que, la manipulación informativa, el nulo respeto al derecho de intimidad y al honor, y, sobre todo, la conversión del dolor y la miseria humanas en espectáculo [1], ha puesto el dedo en el gatillo a una plataforma que estaba predestinada a causar otro tipo de interés en el público.
Alexis Núñez Oliva, productor del combo de La Oreja/Con todo [2], ha declarado, refiriéndose en especifico al primero de ellos, que el programa “es como una telenovela que se va alimentando de la vida de los famosos, probablemente algún día cambie de productor y de conductores, pero el concepto seguirá”. Por eso no causa extrañeza que, ambos shows, compartan el mismo equipo de producción y (casi) el mismo contenido informativo generado por redactores y periodistas como Karina Monroy, que aseguran “no hay obstáculo imposible de sortear con tal de cumplir su labor”.
Esa es la premisa: no vale el “cómo” sino conseguir el “qué”. Amos del “se dice” y del “me contó una amiguita”, su arma letal es el rumor-virus que se reproduce y crece al instante (los mismos programas ofertan servicios de chismes directo al celular. Como un junkie en el mono, no hay escape posible).
Lo anterior deviene en una puesta en escena que propicia the rise and fall de celebridades de la lista D y toda clase de tv freaks. Un cóctel mediático en el que un sin fin de cabezas parlantes confunden la fama con lo infame, buscando a toda costa cubrir la cuota de los 15 minutos (aunque sean de escarnio) que Warhol les prometió. Gracias al poder de la tele, lo ordinario, decía Bourdieu, es convertido en extraordinario.
Un primer punto: perseguir con cámara y micro en mano a un personaje, no es periodismo (las cosas, como son). Tampoco lo es esa eterna invasión a la vida íntima en aras de un supuesto interés público. Los programas pueden justificar de mil maneras posibles sus tácticas para traer eso que ellos llaman “información” [4], pero eso, no quiere decir que les creamos. ¿O si? Sin embargo, hay personajes públicos –de todo nivel y calidad moral- a los que les da igual el sacrificar su privacidad en aras de un reconocimiento momentáneo (ser “El caso” de la semana implica exposición de los medios), sin tomar en cuenta que, al permitirlo, reducen cada vez más el espacio privado de todos los demás.
Lo anterior ha provocado una degradación del criterio de las fuentes con las cuales se nutre la noticia. ¿Para qué entrevistar a expertos o a los mismos implicados, si se puede entrevistar al entrenador, al chofer, al mozo o al vigilante del club, que aportan una mirada más atractiva en términos de oferta televisiva? Olvidamos que no todos los puntos de vista son relevantes y nos perdemos en un exceso de opinión, extraviando el sentido de lo que es verdadero e importante. Los tv shows de espectáculos se sumergen en una oleada de suposiciones y juicios a priori en el que, todos, podemos participar.
Así pues, no es extraño que Carmen Salinas, en un mal tripeo de la democratización del acceso a los medios, se haya convertido en una especie de conciencia nacional. Salinas, una suerte de Sara García barriobajera y siempre dispuesta a arrojar su bomba lacrimógena, no se corta para dar su opinión –casi siempre gratuita y mal informada-, que ayuda a (des)configurar el espectro mediático con un claro tinte moralista, anclado a una ideología conservadora y diluido en el bit torrent del fast food cultural (Bourdieu dixit). Extraños caminos de la opinión pública.
¿Qué nos han dejado? Banalización del espectáculo, donde éste se vuelve un metaespectáculo (el espectáculo del espectáculo sobre el espectáculo en el espectáculo). El 'todo vale' apoyado en la dupla exhibicionismo/vouyeurismo que infiere tanto en la recepción del contenido como en los valores (tv show/espectador). ¿En qué momento perdieron la brújula? ¿Fue cuando todo se convirtió en una simple competencia por el rating, un take no prisioners que nos lleva a la nada? Lo interesante es dónde van a parar, si van a llevar a la práctica la consigna de Neil Postman de “amused to death”, a una audiencia de teleeufóricos en espera de la próxima crucifixión.
¿Ventaneando? Of course, para no ver la miseria que se tiene en casa. ¿Con todo? El imperio de lo estridente, el amarre de navajas y ese schadenfreude más aparatoso. ¿La Oreja? El cuerpo fragmentado, sin conexión, reduccionismo orgánico puesto al servicio del rumor fundamentado, eso alardean ellos, en el “periodismo de investigación”. ¿Debemos dejar de verlos? Por supuesto que no, estos programas nos muestran –tanto a los creadores, al público que los sigue y a sus críticos- nuestra dimensión más carroñera.
Álvaro Cueva, uno de los pocos analistas que aman la TV, ha declarado al respecto: La televisión es tan clara, que ofende. Y sobre todo, ofende a los intelectuales, porque les está enseñando los defectos que tiene la realidad, que también es su realidad. Y afirma contundente: A mí no me importa la vida privada de las personas, porque eso, no es televisión.


Notas y referencias:
1. Se denomina Telebasura a una forma de hacer televisión caracterizada por explotar el morbo, el sensacionalismo y el escándalo, como palancas de atracción de la audiencia. Se define por los asuntos que aborda, por los personajes que exhibe y coloca en primer plano y, sobre todo, por el enfoque distorsionado al que recurre para tratar dichos asuntos y personajes. El Manifiesto contra la telebasura está disponible en http://www.etcetera.com.mx/pag74ne5.asp
2. Así son presentados en la sección de espectáculos de esmas.com.
3. Nos resistimos a creer que alguien prenda la tele con la firme intención de saber quién se acuesta con quién, si X batea con la zurda o si Y está enganchado a una adicción. Cosas así.
4. Información es la difusión de acontecimientos ignorados por el público o de aspectos desconocidos de un hecho ya sabido, según Carlos Marín en su Manual de Periodismo (Grijalbo, 3ra. reimpresión 2005).


- http://es.wikipedia.org/wiki/Telebasura
- http://www.tvazteca.com/programas/espectaculos/ventaneando/
- Entrevista con Alvaro Cueva, www.canal100.com.mx/telemundo/entrevistas/?id_nota=4769
- A Gabo sí le gusta el chisme en http://www.elsalvador.com/noticias/2005/01/09/escenarios/esc2.asp
fotos: website TVAzteca.com, Esmas.com

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