manejando un carrito rapidito por santiaguito
Por Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal
Hace cuatro años tuve la idea de pasar mis vacaciones de verano en Sudamérica. El plan era circular por ahí: Buenos Aires, Machu Pichu, Isla de Pascua y otras obviedades, pero, por alguna razón, me fue imposible salir de Santiago. Desde entonces mis escapadas al cono sur han continuado verano tras verano y, son cada vez más prolongadas. Algo dejé en Santiago de Chile: mi ciudad favorita, mi paraíso perdido. Me he prometido a mí mismo que, mientras el dinero lo permita, pasaré al pie de los Andes los meses de junio y julio de cada año.
Lo interesante es que Santiago, dicen, es una ciudad aburridísima, y su comida es tan mala como pegarle a Cristo. Extrañamente, a mí me fascina su gastronomía (super nasty), sus vinos (tintos y espumantes), su poesía y su vida nocturna. Tan pronto como bajo del avión (prefiero volar de noche para llegar temprano por la mañana), me convierto en un party animal que, lo primero que hace, es ir en busca de una botella de champaña Undurraga o Valdivieso (“¿y hoy por qué no?”) para sentirse en casa.
Luego de acompañar la bebida con unas almendritas, hago un par de llamadas y listo: la noche santiaguina me abre los brazos desde el mediodía. Para almorzar prefiero un buen churrasco (con harta mayo), unas machas a la parmesana o un pastel de jaiba, para cobrar energías. Luego, el sistema digestivo puede hacer lo suyo mientras recorro las calles del centro. Mi ruta favorita inicia en la Plaza de Armas, sigue por el Paseo Ahumada, gira a la izquierda en el Paseo Huérfanos hasta topar con el cerro Santa Lucía y llegar al barrio de Lastarria.
De Lastarria me gusta su ambiente bohemio y desenfadado, sus cafés y librerías, pero también sus museos y restaurantes. Un almuerzo tardío o una cena temprana pueden hacerse felizmente en Les Assassins o el Gato Pardo. El café y el postre pueden tomarse en el Café Mosquetto, luego de una obligada visita a los museos de Bellas Artes y Artes Visuales, y unas compras de pánico en Metales Pesados, la librería del poeta Sergio Parra.
Al caer la noche suelo hacer una parada estratégica en el Galindo, un clásico comedor chileno en el barrio Bellavista. Las meseras son hermosas, los tarros generosos y la cocina excelente. Para picar pueden pedirse unas empanadas de queso, un barros luco, o una chorrillana, si uno se siente algo envalentonado. Luego del Galindo, me gusta entonarme un poco en el Vox Populi, el bar gay más divertido de Santiago, en cuyosótano se encuentra la mejor música y pisco sours (hay que pedirlos con un poco de licor de angostura) de la ciudad.
Entrada la medianoche, el lugar imprescindible es el Clandestino, una especie de Studio 54 a la chilena. El sito es más bien feo y no tiene ningún anuncio exterior, es necesario conocer a alguien para poder entrar (hay gente que literalmente hace lo quesea por colarse). Dentro, el ambiente sólo puede describirse como cutre y desenfadado. Aunque debido a nuevas regulaciones municipales debe cerrar a las 5 o 6 de la mañana, es el lugar de encuentro para los noctámbulos trendy. Los baños (tres) son pequeños,incómodos, sucios y unisex; de modo que el visitante no deberá sorprenderse de que algún otro caballero o una sonriente dama soliciten su compañía al momento de relajar el esfínter. La música es ecléctica y va del disco al house, del tonti pop al rock sudaca. Para el late night munchies, no hay nada que disfrute más que los sandwiches de la Shell de Diagonal Paraguay, especialmente los de ave y palmito en pan blanco.
En Santiago no hay nada mejor para la cruda que una buena botella de champaña y un lunch generoso (mechada con ravioles y torta de lúcuma y merengue, por ejemplo). Para ir de compras, no recomiendo ninguno de los malls del barrio alto (Alto Las Condes, Parque Arauco), en parte, porque no ofrecen nada extraordinario comparados con los shoppings californianos, pero también porque los chilenos tienen la fea costumbre de poner un supermercado al lado de una boutique Dior o un food court junto a una tiendaSwarovski. En cambio, en las boutiques del Drug Store en Providencia o las de Alonso de Córdoba en Vitacura, se puede encontrar cierta variedad de diseños sudamericanos. En ese sentido, la zona de Providencia resulta más interesante; en parte por las librerías del Drug Store (la TAK y Ulises son super recomendables), pero también por las tiendas de ropa vintage, discos y vinilos que están por la zona de Los Leones. Algunos sitios para comer o beber en Providencia son el Urbano, el Bar Central y El Patio.
En cuanto a fiestas, las del Teatro Italia y los galpones de Bellavista son inolvidables; aunque las del Cine Arte Alameda, el Soda y la Blondie, tienen lo suyo. Santiago tiene una interesante escena electrónica que, aunque no está muy nutrida, se viste de gala cuando Villalobos, Luciano y Sonja Moonear, pasan de visita. Lo que no me gusta perderme, por nada del mundo, es la escena electroclash santiaguina: constante, sonante, y con la gracia de mantenerse aún en plan de petit comité. Sin lugar a dudas, bandas como Lulu Jam, Tele Visa, Kinder Porno, Redulce, Porno Golossina y Purdy Rocks, han conseguido construir lo que me atrevería a llamar “la movida santiaguina”, una explosión de diversidad que la capital chilena reclama a gritos durante estos años post dictadura. Mención aparte merecen las repetidas sesiones de jungle y break beats, que pueden extenderse hasta la mañana siguiente y suelen incluir talento local, porteño y brasileño.
Y aunque Santiago es una ciudad gozosa cuando se le recorre a pie, no hay nada más espectacular que recorrerla en auto de madrugada, cuando se siente quieta e inquieta al mismo tiempo, cuando el frío aire del invierno se mezcla con los gritos de júbilo de losque regresan de juerga. Cuando la cordillera deja de verse para empezar a sentirse, Santiago se convierte en mi antro favorito.
December 20, 2005
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